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El tren y una buena noticia
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El tren y una buena noticia
El anuncio por parte de la Secretaría de Trasportes de la Nación de la llegada del tren desde Buenos aires a Santa Rosa "de manera permanente y con frecuencia semanal" ha sido uno de las noticias más trascendentes de las últimas semanas, y quizás del año si se la considera en una perspectiva futura a partir de la raíz histórica del ferrocarril en la llanura pampeana en general y nuestra provincia en particular.
En verdad cualquier análisis de la noticia, a la que no es sencillo quitar la carga emocional, hay que referirlo a uno de los hechos más tristes de la historia argentina (acaso la palabra infame sería más apropiada), cuando de la mano de un gobierno que se decía popular y que anunciaba "revolución productiva y salariazo", entregó el país atado de pies a intereses privados y descuartizó las empresas del Estado. Los autores de semejante desastre son los mismos personajes que previniendo acciones legales posteriores a sus mandatos buscaron amparo en cargos legislativos y, además, apoyándose en la frágil memoria popular y ayudados por la prensa corporativa, pretenden regresar ofreciéndose como nuevos salvadores y presentando panorama apocalípticos en lo económico y social.
Los ferrocarriles argentinos, que pasaron tempranamente a manos extranjeras y expandieron sus trazados según sus propios intereses y no los del país, cumplieron pese a ello a un rol económico y social enorme. De hecho constituían la red ferrovial más extensa de Sudamérica y, aunque concentrados en la pampa húmeda, vinculaban a casi todo el territorio nacional, especialmente en lo que concierne al transporte de pasajeros. En lo relativo al movimiento de cargas indigna pensar en lo que perdió el país al trasferirlo al trasporte automotor después de una muy bien orquestada campaña de desprestigio de los trenes. Paradojalmente ello ocurrió en momentos en que el ferrocarril pasaba a ser -y continúa siendo- el principal medio de trasporte en aquellas naciones que se ponían como ejemplo. Para mayor ignominia el desguace de nuestros ferrocarriles, que pobló el mapa de estaciones de vía muerta que acababan en pueblos abandonados, estuvo a cargo de un gobierno del mismo signo que aquél que los había nacionalizado, haci
endo una bandera de esa acción.
Ahora, aunque en forma incipiente, podría decirse que se abre una nueva posibilidad a los rieles, surgida en parte del esfuerzo popular y, aunque algo tardíamente, de la racionalidad gubernamental que parece haber comprendido la importancia y el carácter nacional del ferrocarril, al tiempo que tuvo la inteligencia de buscar nuevos mercados para la compra de material rodante, de una calidad acorde con la época y los merecimientos de los pasajeros.
Seguramente la reconstrucción del sistema no tendrá la velocidad que tuvo su expansión, a principios del siglo pasado, pero el país confía en que, aunque lenta, no tendrá pausa, dándole consistencia al siempre enunciado propósito de integración nacional. Junto con esos logros de índole material es de desear que quede vigente una memoria del daño y los responsables del mismo, para que nunca más algún falso mesías de la política y quienes lo sigan atente contra este servicio esencial.
Fuente: La Arena
En verdad cualquier análisis de la noticia, a la que no es sencillo quitar la carga emocional, hay que referirlo a uno de los hechos más tristes de la historia argentina (acaso la palabra infame sería más apropiada), cuando de la mano de un gobierno que se decía popular y que anunciaba "revolución productiva y salariazo", entregó el país atado de pies a intereses privados y descuartizó las empresas del Estado. Los autores de semejante desastre son los mismos personajes que previniendo acciones legales posteriores a sus mandatos buscaron amparo en cargos legislativos y, además, apoyándose en la frágil memoria popular y ayudados por la prensa corporativa, pretenden regresar ofreciéndose como nuevos salvadores y presentando panorama apocalípticos en lo económico y social.
Los ferrocarriles argentinos, que pasaron tempranamente a manos extranjeras y expandieron sus trazados según sus propios intereses y no los del país, cumplieron pese a ello a un rol económico y social enorme. De hecho constituían la red ferrovial más extensa de Sudamérica y, aunque concentrados en la pampa húmeda, vinculaban a casi todo el territorio nacional, especialmente en lo que concierne al transporte de pasajeros. En lo relativo al movimiento de cargas indigna pensar en lo que perdió el país al trasferirlo al trasporte automotor después de una muy bien orquestada campaña de desprestigio de los trenes. Paradojalmente ello ocurrió en momentos en que el ferrocarril pasaba a ser -y continúa siendo- el principal medio de trasporte en aquellas naciones que se ponían como ejemplo. Para mayor ignominia el desguace de nuestros ferrocarriles, que pobló el mapa de estaciones de vía muerta que acababan en pueblos abandonados, estuvo a cargo de un gobierno del mismo signo que aquél que los había nacionalizado, haci
endo una bandera de esa acción.
Ahora, aunque en forma incipiente, podría decirse que se abre una nueva posibilidad a los rieles, surgida en parte del esfuerzo popular y, aunque algo tardíamente, de la racionalidad gubernamental que parece haber comprendido la importancia y el carácter nacional del ferrocarril, al tiempo que tuvo la inteligencia de buscar nuevos mercados para la compra de material rodante, de una calidad acorde con la época y los merecimientos de los pasajeros.
Seguramente la reconstrucción del sistema no tendrá la velocidad que tuvo su expansión, a principios del siglo pasado, pero el país confía en que, aunque lenta, no tendrá pausa, dándole consistencia al siempre enunciado propósito de integración nacional. Junto con esos logros de índole material es de desear que quede vigente una memoria del daño y los responsables del mismo, para que nunca más algún falso mesías de la política y quienes lo sigan atente contra este servicio esencial.
Fuente: La Arena
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