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Uruguay: Viaje en tren al fin del mundo, en Uruguay
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Uruguay: Viaje en tren al fin del mundo, en Uruguay
Lo más lejos que un pasajero de ferrocarril puede ir en Uruguay es de Estación Central a Veinticinco de Agosto, a 63 kilómetros y en una hora y 45 minutos. Eso si hay suerte y no hay roturas.
Partiendo desde la nueva terminal.
Está frío, oscuro y silencioso en la estación 25 de Agosto, creada en 1872, un año antes que la localidad de igual nombre. Es en Florida, pasando el Santa Lucía, cerca del límite con Canelones. Son las 5.30 de la madrugada y una veintena de lugareños parte en el último tren diario de ahí a la Nueva Terminal de Montevideo. Desde 2012, es el servicio de pasajeros más extenso que se puede tomar en Uruguay: 63 kilómetros de distancia en vías férreas; con suerte, una hora y 45 minutos.
Se viaja con el silencio de quienes quieren ganarle minutos al sueño. Lilián, de termo y mate, calzas y gorra, y cumbia en el celular, con destino a Montevideo a trabajar como empleada doméstica, es una de las pocas personas con ganas de hablar a esa hora. Y habla bastante y muy bien del tren. "Es más cómodo, más rápido y más barato que el ómnibus, ¿qué más querés?". Cuenta que es hija y esposa de ferroviarios, que a su marido lo conoció arriba del tren, que Veinticinco de Agosto es un pueblo ferroviario —cuando el Santa Lucía no da paso, el tren sigue al firme— y que ella estuvo en la manifestación que en junio de 2012 cortó el paso del servicio especial que venía de San Cono, en Florida, cuando se redujo la frecuencia de viajes. Se lamenta que solo hay dos servicios a Montevideo (el anterior sale a las 4.00). "No se puede matar al obrero".
Los pasajeros repiten mucho las palabras "obrero" y "pobre" al referirse a ellos mismos. Es económico: un boleto de 25 de Agosto a Central cuesta 66 pesos contra 109 del ómnibus. Los vagones permiten viajar con bicicletas, cajas de herramientas, bultos grandes o matear sin molestar al vecino. Los asientos son más espaciosos que cómodos. Ni bien empieza a clarear, el paisaje urbano —Santa Lucía, Juanicó, Progreso, La Paz, Sayago, Yatay...— es, coincidentemente, obrero y pobre. Casi todas las ventanillas tienen una hendija abierta: al tope de las quejas está que los vagones son gélidos en invierno y sofocantes en verano. Los baños, sin luz ni cisterna que ande, son en cambio más elogiados que criticados. Es peor no tenerlos, se dice con la razón del artillero.
Los guardas saludan a varios de los pasajeros que van subiendo por el nombre y con un beso. Podría decirse que se palpa que en ambos, funcionarios y usuarios, hay un mayor cariño por el tren que el que sienten sus pares en los buses. Marta, que viaja de 18 de Mayo a trabajar en un supermercado de Sayago, sufre los domingos cuando no hay servicio y tiene que apelar al ómnibus. "Ahí viajás parada, el espacio es minúsculo. Todo en el tren es lindo, es más seguro, el ambientees mejor, ¡qué querés que te diga!", comenta mientras se arma el mate y desembolsa los cruasanes. "Todo el mundo se conoce, si te dormís el guarda te avisa. Yo cambié el horario en el laburo para poder viajar en tren".
La Alshton de 1965, refaccionada en 1990, llega a destino 7.28, siete minutos después de lo previsto y más o menos el mismo tiempo que insumiría ese viaje en ómnibus. Un malón de rostros semidormidos, recolectados en 14 paradas, sale a comenzar la jornada.
Pegar la vuelta
Mejorar AFE fue una prioridad para el gobierno de José Mujica. Sin embargo, todos los proyectos que se han anunciado refieren al transporte de carga. Para pasajeros, en 2013 se adquirieron cinco coches motor suecos, pero estos solo llegan a Las Piedras.
El primer servicio de regreso a Veinticinco de Agosto sale a las 17.30 (el segundo y último es a las 18.45). Se acomoda Gastón, de Lezica y feliz usuario desde hace dos semanas de los trenes, casi un "noviazgo". Se acomoda la familia de Jorge, María y el pequeño Jonathan, satisfechos habitués y vecinos de Progreso. "Acá tenés asientos cómodos, muy pocas veces ves gente parada, nunca vi choreo. Yo, que trabajo en la construcción, puedo llevar herramientas y no molesto a nadie. Incluso he visto gente que sube motos chicas. Lo único malo es la poca frecuencia. Ojalá mejore la frecuencia o el servicio. El tren es para los pobres y acá hay más pobres que gente con plata", enfatiza el hombre.
En los dos vagones hay cuatro baños; tres de ellos no tienen luz, y el que tiene luz no tiene puerta. Una de las puertas de acceso insiste en abrirse con la máquina en movimiento. Pero nadie se queja. Como en una relación casi filial, los pasajeros terminan aceptando cada uno de los defectos de su medio de transporte preferido, económico y vetusto.
Los asientos enfrentados parecen ser una invitación a la tertulia, a la merienda compartida y a la timba. La fidelidad ha formado barras de amigos sin más en común que viajar todos los días. Luego de Yatay ya está pronta la rueda de truco y hay parejas afuera. "El tren es algo familiar, el ómnibus es más personal", reflexiona Javier, treintañero, empleado en un laboratorio y santalucense. Carlos, funcionario de Ancap de cincuenta largos y de Juanicó, aporta lo suyo: "Acá nos divertimos y nos puteamos, todo vale para pasar el rato". Esto último hace falta.
La locomotora, que hacía rato daba señales de agonía, cantó basta en Colón. Hay que llamar otra para seguir viaje. En el rato en que la máquina está parada, hay tiempo para bajar a fumar, estirar las piernas, dar una vuelta por la Plaza Colón y hasta asociarse en el Club Olimpia. Quien conoce de ómnibus suburbanos que se rompen en la Interbalnearia, sabe de las broncas siderales de los pasajeros. Sin embargo, acá la gente toma la demora —de casi media hora— con más humor que resignación. Habría que ver qué pasaba si la rotura sucedía comezando la jornada laboral. Sigue el truco, se arma otro cigarrillo, se acomoda mejor en los asientos o se sigue atento al celular y ajeno al mundo. Parece que el tren es como un hijo al que hay que tenerle más paciencia. Todos parecen tomarlo así.
Los funcionarios ferroviarios tienen la camiseta bien puesta, pero saben que este público —trabajador y de entresemana— será el más frecuente pero no el único. En verano, cuando está operativo el camping Otto Bittenbinder, junto al Santa Lucía, el clima puede llegar a ponerse espeso. Hay vivos que confunden transporte público con gratuito y desafían a los guardas. Hay veces que en esos mismo asientos donde hoy se juega truco o se arma una picada para compartir, se han visto ladrones repartirse el botín del día. "Acá se ve de todo", dice un exguarda con diez años de experiencia. ¿De todo, como qué? "De todo... no me hagás hablar".
Omar es una excepción entre los usuarios. Tiene 36 años (parece mucho más), gorro, jogging y el termo y mate que parecen un requisito para andar aquí. Viaja todos los días de Veinticinco de Agosto al Centro, donde trabaja en una yuyería. Es el único que no le tiene mayor cariño a los vagones, pese a que los usa desde hace 20 años. "Si tuviera plata, viajaba en ómnibus. Eso sí es cómodo". Para él, comodidad es sinónimo de calefacción. "Esto en el verano se pone bravo, los malandras están bien de vivos. Y los baños... ¿usted dejaría que un hijo suyo entre ahí? Se agarra una pudrición que lo internan".
A las 19.55, tras casi dos horas y media de viaje, 40 minutos después de lo previsto, se llega a destino con la última veintena de pasajeros de los vagones que nunca estuvieron llenos. El frío, la oscuridad y el silencio dan la bienvenida, nuevamente, a Veinticinco de Agosto, el último confín del tren de pasajeros en Uruguay, a solo 63 kilómetros de la vieja Estación Central.
Fuente: El País
Partiendo desde la nueva terminal.
Está frío, oscuro y silencioso en la estación 25 de Agosto, creada en 1872, un año antes que la localidad de igual nombre. Es en Florida, pasando el Santa Lucía, cerca del límite con Canelones. Son las 5.30 de la madrugada y una veintena de lugareños parte en el último tren diario de ahí a la Nueva Terminal de Montevideo. Desde 2012, es el servicio de pasajeros más extenso que se puede tomar en Uruguay: 63 kilómetros de distancia en vías férreas; con suerte, una hora y 45 minutos.
Se viaja con el silencio de quienes quieren ganarle minutos al sueño. Lilián, de termo y mate, calzas y gorra, y cumbia en el celular, con destino a Montevideo a trabajar como empleada doméstica, es una de las pocas personas con ganas de hablar a esa hora. Y habla bastante y muy bien del tren. "Es más cómodo, más rápido y más barato que el ómnibus, ¿qué más querés?". Cuenta que es hija y esposa de ferroviarios, que a su marido lo conoció arriba del tren, que Veinticinco de Agosto es un pueblo ferroviario —cuando el Santa Lucía no da paso, el tren sigue al firme— y que ella estuvo en la manifestación que en junio de 2012 cortó el paso del servicio especial que venía de San Cono, en Florida, cuando se redujo la frecuencia de viajes. Se lamenta que solo hay dos servicios a Montevideo (el anterior sale a las 4.00). "No se puede matar al obrero".
Los pasajeros repiten mucho las palabras "obrero" y "pobre" al referirse a ellos mismos. Es económico: un boleto de 25 de Agosto a Central cuesta 66 pesos contra 109 del ómnibus. Los vagones permiten viajar con bicicletas, cajas de herramientas, bultos grandes o matear sin molestar al vecino. Los asientos son más espaciosos que cómodos. Ni bien empieza a clarear, el paisaje urbano —Santa Lucía, Juanicó, Progreso, La Paz, Sayago, Yatay...— es, coincidentemente, obrero y pobre. Casi todas las ventanillas tienen una hendija abierta: al tope de las quejas está que los vagones son gélidos en invierno y sofocantes en verano. Los baños, sin luz ni cisterna que ande, son en cambio más elogiados que criticados. Es peor no tenerlos, se dice con la razón del artillero.
Los guardas saludan a varios de los pasajeros que van subiendo por el nombre y con un beso. Podría decirse que se palpa que en ambos, funcionarios y usuarios, hay un mayor cariño por el tren que el que sienten sus pares en los buses. Marta, que viaja de 18 de Mayo a trabajar en un supermercado de Sayago, sufre los domingos cuando no hay servicio y tiene que apelar al ómnibus. "Ahí viajás parada, el espacio es minúsculo. Todo en el tren es lindo, es más seguro, el ambientees mejor, ¡qué querés que te diga!", comenta mientras se arma el mate y desembolsa los cruasanes. "Todo el mundo se conoce, si te dormís el guarda te avisa. Yo cambié el horario en el laburo para poder viajar en tren".
La Alshton de 1965, refaccionada en 1990, llega a destino 7.28, siete minutos después de lo previsto y más o menos el mismo tiempo que insumiría ese viaje en ómnibus. Un malón de rostros semidormidos, recolectados en 14 paradas, sale a comenzar la jornada.
Pegar la vuelta
Mejorar AFE fue una prioridad para el gobierno de José Mujica. Sin embargo, todos los proyectos que se han anunciado refieren al transporte de carga. Para pasajeros, en 2013 se adquirieron cinco coches motor suecos, pero estos solo llegan a Las Piedras.
El primer servicio de regreso a Veinticinco de Agosto sale a las 17.30 (el segundo y último es a las 18.45). Se acomoda Gastón, de Lezica y feliz usuario desde hace dos semanas de los trenes, casi un "noviazgo". Se acomoda la familia de Jorge, María y el pequeño Jonathan, satisfechos habitués y vecinos de Progreso. "Acá tenés asientos cómodos, muy pocas veces ves gente parada, nunca vi choreo. Yo, que trabajo en la construcción, puedo llevar herramientas y no molesto a nadie. Incluso he visto gente que sube motos chicas. Lo único malo es la poca frecuencia. Ojalá mejore la frecuencia o el servicio. El tren es para los pobres y acá hay más pobres que gente con plata", enfatiza el hombre.
En los dos vagones hay cuatro baños; tres de ellos no tienen luz, y el que tiene luz no tiene puerta. Una de las puertas de acceso insiste en abrirse con la máquina en movimiento. Pero nadie se queja. Como en una relación casi filial, los pasajeros terminan aceptando cada uno de los defectos de su medio de transporte preferido, económico y vetusto.
Los asientos enfrentados parecen ser una invitación a la tertulia, a la merienda compartida y a la timba. La fidelidad ha formado barras de amigos sin más en común que viajar todos los días. Luego de Yatay ya está pronta la rueda de truco y hay parejas afuera. "El tren es algo familiar, el ómnibus es más personal", reflexiona Javier, treintañero, empleado en un laboratorio y santalucense. Carlos, funcionario de Ancap de cincuenta largos y de Juanicó, aporta lo suyo: "Acá nos divertimos y nos puteamos, todo vale para pasar el rato". Esto último hace falta.
La locomotora, que hacía rato daba señales de agonía, cantó basta en Colón. Hay que llamar otra para seguir viaje. En el rato en que la máquina está parada, hay tiempo para bajar a fumar, estirar las piernas, dar una vuelta por la Plaza Colón y hasta asociarse en el Club Olimpia. Quien conoce de ómnibus suburbanos que se rompen en la Interbalnearia, sabe de las broncas siderales de los pasajeros. Sin embargo, acá la gente toma la demora —de casi media hora— con más humor que resignación. Habría que ver qué pasaba si la rotura sucedía comezando la jornada laboral. Sigue el truco, se arma otro cigarrillo, se acomoda mejor en los asientos o se sigue atento al celular y ajeno al mundo. Parece que el tren es como un hijo al que hay que tenerle más paciencia. Todos parecen tomarlo así.
Los funcionarios ferroviarios tienen la camiseta bien puesta, pero saben que este público —trabajador y de entresemana— será el más frecuente pero no el único. En verano, cuando está operativo el camping Otto Bittenbinder, junto al Santa Lucía, el clima puede llegar a ponerse espeso. Hay vivos que confunden transporte público con gratuito y desafían a los guardas. Hay veces que en esos mismo asientos donde hoy se juega truco o se arma una picada para compartir, se han visto ladrones repartirse el botín del día. "Acá se ve de todo", dice un exguarda con diez años de experiencia. ¿De todo, como qué? "De todo... no me hagás hablar".
Omar es una excepción entre los usuarios. Tiene 36 años (parece mucho más), gorro, jogging y el termo y mate que parecen un requisito para andar aquí. Viaja todos los días de Veinticinco de Agosto al Centro, donde trabaja en una yuyería. Es el único que no le tiene mayor cariño a los vagones, pese a que los usa desde hace 20 años. "Si tuviera plata, viajaba en ómnibus. Eso sí es cómodo". Para él, comodidad es sinónimo de calefacción. "Esto en el verano se pone bravo, los malandras están bien de vivos. Y los baños... ¿usted dejaría que un hijo suyo entre ahí? Se agarra una pudrición que lo internan".
A las 19.55, tras casi dos horas y media de viaje, 40 minutos después de lo previsto, se llega a destino con la última veintena de pasajeros de los vagones que nunca estuvieron llenos. El frío, la oscuridad y el silencio dan la bienvenida, nuevamente, a Veinticinco de Agosto, el último confín del tren de pasajeros en Uruguay, a solo 63 kilómetros de la vieja Estación Central.
Fuente: El País
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