El violonchelo que les baja los decibeles a los pasajeros

Miguel llegó al subte hace un año

Los graves y agudos se escuchan armoniosos, en medio de una maraña de oficinistas, profesionales, estudiantes y turistas. Las galerías de la estación Independencia de la línea C no tienen la acústica del Teatro Colón, pero Miguel se las arregla, sentado, con su impecable violonchelo. Dicen los trabajadores del subte, esos que monitorean todo desde los molinetes, que cuando el sonido del chelo comienza a escucharse, el bullicio propio de la estación empieza a bajar, de a poco. “En general, lo que pasa es que se hace un silencio en todo el pasillo, no hay griterío. En algunos casos hacemos música muy relajada, casi de meditación. Muchos salen antes de su casa para ir a trabajar y poder escucharnos para relajarse. Laburar acá implica tener nuevas relaciones sociales. Siempre trato de hacer repertorio distintos; los lunes, por ejemplo, algo cálido para que la gente no empiece alterada”, explica Miguel Gomiz (49), que toca en el subte desde hace un año, a veces acompañado del guitarrista Lionel Zanarini.

En rigor, utiliza su instrumento para hacer música celta, repertorios de folclore europeo: “Es lo que más me gusta porque toco en un conjunto de música celta que se llama Mil Conjuros”. Pero, como era de imaginarse, no faltan los que le piden algo de Mozart, de Bach o de Beethoven. “Como siempre me lo sugerían llegué a tocar las suites de Bach. Yo antes no las sabía de memoria y las hacía con partituras, pero me las tuve que aprender”, admite.

El paso apurado de los trajeados muchas veces se topa con la sorpresa que representa ver un violonchelo en un subte (Independencia, además, tiene un tránsito enorme de pasajeros) y el freno de mano obliga a escuchar con atención, a formar una especie de media ronda. “Se dan como mini conciertos. Yo no toque en el Colón pero sí en la Martín Coronado, en el San Martín. Tengo la experiencia de tocar en salas formales, pero acá todo es distinto. Es diferente cuando convocás en un teatro, donde vos tenés una propuesta estética y la gente paga una entrada, a venir acá, donde nosotros estamos invadiendo el lugar de ellos. Hay que tener mucho respeto porque no es gente que te va a ver a vos, de forma expresa”, marca distancia.

Como suele ocurrir, la historia bajo tierra de Miguel comenzó por los apremios económicos: “Había caído la cantidad de alumnos que tengo y con Lionel, que toca la guitarra, nos dijimos ‘vayamos a probar suerte al subte 15 días’. Ya vamos más de un año y nos gusta”, reconoce. Y clasifica: dentro de la música callejera hay dos rubros. El músico itinerante y el que tiene un mismo lugar todo el tiempo. Ahí, indefectiblemente se producen relaciones sociales más fuertes. Y anécdotas: “Se ve que por acá cerca hay un centro de rehabilitación para gente con problemas motrices. Yo veía que una persona se quedaba siempre escuchándonos un rato largo. Una vez no vinimos a tocar por diez días y cuando volvimos nos dijo de forma muy emotiva que no podíamos dejar de venir, porque era una forma de tratarse y curarse que él tenía”. Con pedagogía, Miguel explica que el chelo “tiene sonidos que no son estridentes, tiene muy buenos graves y los agudos son agradables. Es muy relajante, de hecho es el instrumento numero uno de musicoterapia”.

Fuente: Diario La Razon