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A diez años del 11-M, la tragedia de un argentino herido en los atentados
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A diez años del 11-M, la tragedia de un argentino herido en los atentados
El cordobés Marcos Biancotti resultó gravemente herido en el múltiple atentado en trenes suburbanos de Madrid. Clarín lo encontró en las primeras horas de horror en el hospital en el que había ingresado.
Marcos Bianciotti, víctima argentina del atentado terrorista de Atocha.
El 11 de marzo de 2004, hace diez años, una espantosa tragedia azotó a Madrid. En el peor atentado terrorista de la historia española, un grupo vinculado a la red Al Qaeda, quiso vengar la participación española en la guerra de Irak, y colocó diez bombas de gran poder en cuatro trenes suburbanos cargados de trabajadores y estudiantes. El estrago se produjo en la hora pico de la mañana y produjo 191 muertos y 1.858 heridos. Con extraordinaria celeridad las fuerzas de la policía y Guardia Civil lograron identificar a los autores, detenerlos y procesar a los culpables. La mayoría de los asesinos murió suicidándose con explosivos en un deparamento de Leganés, suburbio de Madrid.
Un argentino de Córdoba, Marcos Biancotti, 31 años, casado y padre de seis hijas, quedó gravemente herido y años después todavía padece las consecuencias del atentado. Todo un calvario para Marcos y su familia, de la que fue testigo el corresponsal en Clarín, en dos primeras entrevistas en el hospital y después otras más.
Madrid era un infierno. La horrible dimensión de los atentados crecía minuto a minuto después de las primeras noticias en la radio. Ahora, las imágenes y las novedades de la tragedia lo dominaban todo. Pasaba el tiempo pero todavía había gente que corría y gritaba de pavor ante cualquier ruido fuerte. Nadie subía a los ómnibus por miedo a las bombas.
Anduve por la estación central de Atocha, donde explotaron parte de los explosivos. Había heridos por todas partes, muchos en las veredas. Un joven tenía el rostro destrozado y le manaba abundante sangre de la cabeza.
Horas después estaba escuchando en la devastada Atocha un boletín donde se daban algunas identificaciones. “Ciudadanos extranjeros. Un argentino….”. Salí volando a buscar información.
No encontré nada, hasta que me señalaron que había tres hospitales enormes que estaban recibiendo al grueso de las víctimas. Averigüé en uno y en el segundo, el Gregorio Marañón, un empleado me dijo. “Si, aquí trajeron a un argentino que está muy mal, pero no le podemos dar información ni dejarlo pasar”.
El hospital era un pandemonio. Llegaban constantemente ambulancias que salían enseguida a buscar más heridos. En el frente del nosocomio, había cirios encendidos y flores, poesías y mensajes de aliento para para las víctimas. Enfermeros y vecinos voluntarios cargaban las camillas y corrían a distribuir a los pacientes.. Médicos, enfermeras y técnicos sanitarios que estaban de franco se presentaban a cumplir con su deber. También acudían profesionales de la sanidad del vecindario y otros barrios de Madrid.
Esta abnegación me dio una idea. Como estaba de traje y corbata, los periodistas no somos tan formales, me presenté en la puerta más atareada donde había todo tipo de voluntarios a los que no se les había muchas preguntas. Entró como una tromba un grupo de médicos y enfermeras conmigo en el medio.
Anduve por pasillos con gente en el suelo, sobre colchones rodeados de sanitarios. Le pregunté a un médico voluntario donde estaban los heridos graves. Consultó y me dijo: “Busca en el área de trasplantados”.
Allí fui, pasé sin problemas y me fije en una lista donde encontré a Marcos Bianciotti, 32 años. Nada más, pero el apellido italiano presagiaba a un argentino. Así me lo confirmó un enfermero. “¿Es tu paciente?”, preguntó. Asentí, Dios me perdone.
Marcos estaba en la habitación 6313 y todavía semiinconsciente. Volví al día siguiente echando mano de las mismas triquiñuelas del día anterior pero con más información.
Esta vez me presenté directamente como el médico de cabecera de Bianciotti. Para entrar me enfundaron de pies a cabezas en un vestimentas blancas estériles. Todo el espacio, área de trasplantados, estaba muy controlado para evitar cualquier infección.
Marcos estaba todo vendado, conectado al suero y otros adminículos. Pero consciente, muy dolorido, con dificultades para hablar. Tuve que escribirle mis preguntas en un papel porque tenía los tímpanos destrozados. Él contestaba con voz muy suave y quebrada. Le dije que era de Clarín, lo que lo alegró porque “así mañana me lee mi familia en Córdoba y saben lo que me pasa”.
“Tengo dolores muy fuertes y problemas con las heridas en los intestinos y las vías urinarias. Me iban a hacer un escaner pero lo suspendieron porque tengo metralla en el cuerpo que podría afectar los resultados”. Cada tanto Marcos se interrumpe estremecido por un dolor. En un televisor cercano se suceden los llamados desesperados de familiares buscando a sus seres queridos.
Cuando me piden que salga, Marcos baja la voz. “Estoy sin papeles y tampoco tengo dinero. Necesito ayuda urgente”. Marcos Bianciotti recibió semanas después la residencia, una considerable ayuda económica y con el paso del tiempo, la nacionalidad española.
En otra entrevista me contó como había vivido el “milagro”, ya que recibió la explosión de lleno y sobrevivió.
Fuente: Diario Clarin
Marcos Bianciotti, víctima argentina del atentado terrorista de Atocha.
El 11 de marzo de 2004, hace diez años, una espantosa tragedia azotó a Madrid. En el peor atentado terrorista de la historia española, un grupo vinculado a la red Al Qaeda, quiso vengar la participación española en la guerra de Irak, y colocó diez bombas de gran poder en cuatro trenes suburbanos cargados de trabajadores y estudiantes. El estrago se produjo en la hora pico de la mañana y produjo 191 muertos y 1.858 heridos. Con extraordinaria celeridad las fuerzas de la policía y Guardia Civil lograron identificar a los autores, detenerlos y procesar a los culpables. La mayoría de los asesinos murió suicidándose con explosivos en un deparamento de Leganés, suburbio de Madrid.
Un argentino de Córdoba, Marcos Biancotti, 31 años, casado y padre de seis hijas, quedó gravemente herido y años después todavía padece las consecuencias del atentado. Todo un calvario para Marcos y su familia, de la que fue testigo el corresponsal en Clarín, en dos primeras entrevistas en el hospital y después otras más.
Madrid era un infierno. La horrible dimensión de los atentados crecía minuto a minuto después de las primeras noticias en la radio. Ahora, las imágenes y las novedades de la tragedia lo dominaban todo. Pasaba el tiempo pero todavía había gente que corría y gritaba de pavor ante cualquier ruido fuerte. Nadie subía a los ómnibus por miedo a las bombas.
Anduve por la estación central de Atocha, donde explotaron parte de los explosivos. Había heridos por todas partes, muchos en las veredas. Un joven tenía el rostro destrozado y le manaba abundante sangre de la cabeza.
Horas después estaba escuchando en la devastada Atocha un boletín donde se daban algunas identificaciones. “Ciudadanos extranjeros. Un argentino….”. Salí volando a buscar información.
No encontré nada, hasta que me señalaron que había tres hospitales enormes que estaban recibiendo al grueso de las víctimas. Averigüé en uno y en el segundo, el Gregorio Marañón, un empleado me dijo. “Si, aquí trajeron a un argentino que está muy mal, pero no le podemos dar información ni dejarlo pasar”.
El hospital era un pandemonio. Llegaban constantemente ambulancias que salían enseguida a buscar más heridos. En el frente del nosocomio, había cirios encendidos y flores, poesías y mensajes de aliento para para las víctimas. Enfermeros y vecinos voluntarios cargaban las camillas y corrían a distribuir a los pacientes.. Médicos, enfermeras y técnicos sanitarios que estaban de franco se presentaban a cumplir con su deber. También acudían profesionales de la sanidad del vecindario y otros barrios de Madrid.
Esta abnegación me dio una idea. Como estaba de traje y corbata, los periodistas no somos tan formales, me presenté en la puerta más atareada donde había todo tipo de voluntarios a los que no se les había muchas preguntas. Entró como una tromba un grupo de médicos y enfermeras conmigo en el medio.
Anduve por pasillos con gente en el suelo, sobre colchones rodeados de sanitarios. Le pregunté a un médico voluntario donde estaban los heridos graves. Consultó y me dijo: “Busca en el área de trasplantados”.
Allí fui, pasé sin problemas y me fije en una lista donde encontré a Marcos Bianciotti, 32 años. Nada más, pero el apellido italiano presagiaba a un argentino. Así me lo confirmó un enfermero. “¿Es tu paciente?”, preguntó. Asentí, Dios me perdone.
Marcos estaba en la habitación 6313 y todavía semiinconsciente. Volví al día siguiente echando mano de las mismas triquiñuelas del día anterior pero con más información.
Esta vez me presenté directamente como el médico de cabecera de Bianciotti. Para entrar me enfundaron de pies a cabezas en un vestimentas blancas estériles. Todo el espacio, área de trasplantados, estaba muy controlado para evitar cualquier infección.
Marcos estaba todo vendado, conectado al suero y otros adminículos. Pero consciente, muy dolorido, con dificultades para hablar. Tuve que escribirle mis preguntas en un papel porque tenía los tímpanos destrozados. Él contestaba con voz muy suave y quebrada. Le dije que era de Clarín, lo que lo alegró porque “así mañana me lee mi familia en Córdoba y saben lo que me pasa”.
“Tengo dolores muy fuertes y problemas con las heridas en los intestinos y las vías urinarias. Me iban a hacer un escaner pero lo suspendieron porque tengo metralla en el cuerpo que podría afectar los resultados”. Cada tanto Marcos se interrumpe estremecido por un dolor. En un televisor cercano se suceden los llamados desesperados de familiares buscando a sus seres queridos.
Cuando me piden que salga, Marcos baja la voz. “Estoy sin papeles y tampoco tengo dinero. Necesito ayuda urgente”. Marcos Bianciotti recibió semanas después la residencia, una considerable ayuda económica y con el paso del tiempo, la nacionalidad española.
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Fuente: Diario Clarin
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