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¿Llegarán también los trenes al interior?
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¿Llegarán también los trenes al interior?
La reconstrucción del sistema ferroviario nacional destruido durante el menemismo fue uno de los reclamos iniciales que se le hizo al actual gobierno y al que, lamentablemente, respondió mal o no respondió.
Solamente hubo una iniciativa incipiente de instalar un tren ultrarrápido entre Buenos Aires y Rosario, que cayó por su propio peso por los desmesurados costos que demandaba y que beneficiarían a un sector geográfico muy restringido, cuando lo que se necesitaba -y se necesita todavía- era un ferrocarril que, sin ser ultramoderno, vincule a un país desintegrado, que gasta desmesuradamente en combustibles y mantenimiento vial para que ómnibus y camiones mantenengan su abastecimiento y circulación.
Sin embargo se le debe reconocer al gobierno una actitud muy positiva en lo que hace a un problema puntual, que llevaba más de medio siglo sin solución y con un empeoramiento progresivo: el trasporte ferroviario suburbano de la ciudad de Buenos Aires.
No es novedoso decir que durante décadas esos ferrocarriles fueron cayendo en las peores condiciones: irregularidad, lentitud, incomodidad, atraso tecnológico, falta de seguridad técnica y personal para los pasajeros, que viajaban hacinados y con riesgos múltiples, etc.
Los cantos de sirena del liberalismo prometieron el paraíso si se privatizaran las líneas; cuando ello se concretó -en condiciones que apestaban a negociados y favoritismos con amigos del poder y gremialistas corruptos-, no sólo no mejoró nada sino que todo fue para peor. Viajar en trenes suburbanos llegó a ser un peligro efectivo.
La reestatización de los servicios producida en los últimos años y, especialmente a partir de trágicas experiencias, trajo novedades y promesas que se concretaron.
En principio porque el país, abandonando a los tradicionales proveedores europeos, negoció la compra de nuevos trenes con China, una nación que nos favorece como cliente y que -está a la vista- en las últimas décadas ha dado un salto gigantesco en materia de tecnologías de todo tipo.
Los trenes chinos son hoy de los mejores del planeta: cómodos, rápidos, con tecnología moderna que incluye desde frenos especiales hasta cámaras de televisión internas, pasando por aire acondicionado completo; además su compra se realizó en condiciones ventajosas, mal que le pese a los gurúes económicos que, durante muchos años, torpedearon los negocios con el gigante asiático con el argumento de que era un país socialista.
Los medios de comunicación opositores al gobierno han subestimado u ocultado el beneplácito de los usuarios, y aquellos que no lo son mostraron el alivio y la alegría de un público que durante décadas se vio obligado a viajar en las peores condiciones.
Esta respuesta positiva le abrió al gobierno un crédito nada despreciable, al tiempo que le dejó un único gran problema a enfrentar: el vandalismo que no respeta ningún bien público.
La indiscutible mejora de los ferrocarriles suburbanos inclina a pensar en una acción oficial resuelta que se trasladará, también, a las antiguas líneas que conectaban las diversas regiones de un extenso país, para el que este medio de trasporte resulta insustituible.
Fuente: La Arena
Solamente hubo una iniciativa incipiente de instalar un tren ultrarrápido entre Buenos Aires y Rosario, que cayó por su propio peso por los desmesurados costos que demandaba y que beneficiarían a un sector geográfico muy restringido, cuando lo que se necesitaba -y se necesita todavía- era un ferrocarril que, sin ser ultramoderno, vincule a un país desintegrado, que gasta desmesuradamente en combustibles y mantenimiento vial para que ómnibus y camiones mantenengan su abastecimiento y circulación.
Sin embargo se le debe reconocer al gobierno una actitud muy positiva en lo que hace a un problema puntual, que llevaba más de medio siglo sin solución y con un empeoramiento progresivo: el trasporte ferroviario suburbano de la ciudad de Buenos Aires.
No es novedoso decir que durante décadas esos ferrocarriles fueron cayendo en las peores condiciones: irregularidad, lentitud, incomodidad, atraso tecnológico, falta de seguridad técnica y personal para los pasajeros, que viajaban hacinados y con riesgos múltiples, etc.
Los cantos de sirena del liberalismo prometieron el paraíso si se privatizaran las líneas; cuando ello se concretó -en condiciones que apestaban a negociados y favoritismos con amigos del poder y gremialistas corruptos-, no sólo no mejoró nada sino que todo fue para peor. Viajar en trenes suburbanos llegó a ser un peligro efectivo.
La reestatización de los servicios producida en los últimos años y, especialmente a partir de trágicas experiencias, trajo novedades y promesas que se concretaron.
En principio porque el país, abandonando a los tradicionales proveedores europeos, negoció la compra de nuevos trenes con China, una nación que nos favorece como cliente y que -está a la vista- en las últimas décadas ha dado un salto gigantesco en materia de tecnologías de todo tipo.
Los trenes chinos son hoy de los mejores del planeta: cómodos, rápidos, con tecnología moderna que incluye desde frenos especiales hasta cámaras de televisión internas, pasando por aire acondicionado completo; además su compra se realizó en condiciones ventajosas, mal que le pese a los gurúes económicos que, durante muchos años, torpedearon los negocios con el gigante asiático con el argumento de que era un país socialista.
Los medios de comunicación opositores al gobierno han subestimado u ocultado el beneplácito de los usuarios, y aquellos que no lo son mostraron el alivio y la alegría de un público que durante décadas se vio obligado a viajar en las peores condiciones.
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La indiscutible mejora de los ferrocarriles suburbanos inclina a pensar en una acción oficial resuelta que se trasladará, también, a las antiguas líneas que conectaban las diversas regiones de un extenso país, para el que este medio de trasporte resulta insustituible.
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